Milei y su equipo se complican con algunos temas propios, pero reafirman una alarmante visión de poder

Javier Milei sintetizó discurso y estilo propios para convertirse en candidato exitoso. Ocurre ahora que el discurso entró en proceso de ajuste y el estilo, extremado, genera reparos o inquietud. Reacciona mal cuando le señalan que varios planteos -en primer lugar, la dolarización, su sello– están siendo relativizados, de mínima, en cuanto a los tiempos que demandaría su ejecución. Él mismo y su equipo remiten con fastidio a la letra más cuidada de sus propuestas para rechazar cualquier giro, pero el eco de la campaña es otro: consignas y escenografía fuertes, sin matices. En ese contraste, las respuestas exponen algunos enredos argumentales y reacciones descalificadoras, que suman, en todo caso, a una alarmante visión de poder.

Parece claro que se están produciendo retoques en el discurso. Es notable en las exposiciones de integrantes de su equipo económico, no sólo en cuanto a la dolarización o el futuro del Banco Central, sino además en relación con la reforma del Estado y los planes para áreas específicas como Educación y política social. Y es probable que, como efecto hacia el propio interior de La Libertad Avanza, algunas nuevas declaraciones del candidato -como su mirada sobre el recurso del agua potable y la contaminación-, merezcan reinterpretaciones.

Al revés, resulta llamativo el juego de mensajes sobre la hipótesis de llegar al Gobierno sin peso decisivo en el Senado y en Diputados y sin poder territorial propio.

Milei fue sugerente, bastante antes de las PASO, sobre los dos puntos centrales en ese imaginario: convocatoria a consulta popular, como elemento de presión sobre el Congreso para avanzar con algunos proyectos, y manejo fiscal en el trato con los gobernadores. El primero es un instrumento limitado y el segundo, una pieza tradicional de la política, condenada en el discurso.

En este terreno, algunos integrantes de su círculo son realmente explícitos. Exponen un criterio reducido sobre el funcionamiento democrático. Y sostienen que si su candidato gana la elección presidencial, los legisladores deberían acatar la “voluntad popular”. Es decir, una especie de presidencialismo extremo, sin atender los criterios básicos del sistema y menos aún, el lugar de las minorías. Esto último, las minorías, sería respecto de la elección presidencial pero no en las cámaras del Congreso, cuyo recambio no es definido en un turno electoral sino en función de tendencias más extendidas en el tiempo.

Difícil juego de tres. Milei, Bullrich y Massa tratan de elegir el rival para polarizarDifícil juego de tres. Milei, Bullrich y Massa tratan de elegir el rival para polarizar

La más expresiva en ese punto fue, de entrada, Carolina Píparo. “A ver si entendemos que los diputados representamos al pueblo”, tuiteó poco después de las primarias. El Congreso, visto así, debería alinearse con el Ejecutivo mecánicamente. Una extraña concepción del funcionamiento de los poderes. Otros, en cambio, fueron menos directos que la candidata a gobernadora de Buenos Aires. Pero en todos los casos, sobrevuela un fuerte sentido plebiscitariodesajustado además del mecanismo electoral argentino, que permite consagrar presidente con poco más del 40% o del 45% de los votos, según el caso, en primera vuelta.

El otro punto -el manejo de fondos- fue puesto sobre la mesa por Marcela Pagano, en una entrevista por TN que pasó algo inadvertida. La periodista y candidata a diputada destacó que muchos legisladores seguramente opositores a un eventual gobierno en manos libertarias responderían de manera directa a los gobernadores de sus distritos. Es algo palpable en el Senado y más difuso en Diputados. No es el tema central. En cualquier caso, se trató de una descripción que anticipaba el remate: las necesidades económicas de los jefes provinciales atadas a la decisión del Ejecutivo nacional.

La candidata fue enfática al señalar que la “firma” para esos fondos sería la de Milei. Se refería a las transferencias discrecionales, cuyo fin figuraba en algunas de las promesas electorales. Dicho de otra forma: se trata del uso de un elemento absolutamente distorsivo de financiamiento de las provincias, en el juego de poder tradicional. Se supone que al menos, salvo casos excepcionales o de emergencias, tales fondos deberían seguir la lógica de la coparticipación, discutible -de hecho, en larga espera de reforma- pero menos arbitraria que la “firma” presidencial.

Los temas en ajuste ocupan otros rubros. Y la dolarización sigue en el renglón número uno. Por supuesto, es un flanco de debate. El oficialismo lo rechaza y lo incluye como un foco principal de disputa. Asomó como el costado más vistoso y Sergio Massa lo coloca entre sus principales advertencias, en el intento de polarizar con Milei. Patricia Bullrich dio un giro al sumar a Carlos Melconian, que se metió de lleno en las diferencias discursivas del equipo del libertario, ironizó al decir que la idea “está a punto de archivarse” y hasta logró algún cruce correspondido por Milei, que de entrada jugó a ignorarlo.

Todo eso, es decir los movimientos de los rivales, escapa finalmente a la botonera de la campaña de La Libertad Avanza. Pero en rigor, el enredo es obra de algunas idas y vueltas en el círculo de Milei. Esta semana, Darío Epstein insistió con describir la dolarización como un proceso sin tiempo fijado de comienzo. “Javier tiene una propuesta de dolarización muy concreta, tan concreta que no vamos a dolarizar si no hay dólares”, jugó ante el público en un ciclo organizado por Clarín. Por supuesto, señaló que la primera tarea es bajar sin vueltas el déficit. Un objetivo ligado además a otros presupuestos, como administrar el sistema de programas sociales y generar empleo.

Milei reacciona con enojo, y hasta estalla, cuando le sugieren el teorema de Baglini, ante la posibilidad de llegar al poder. Escala al punto de descalificar y atacar a un medio o a un periodista frente a un señalamiento que el resulta incómodo. El último episodio fue con La Nación, a raíz de un artículo sobre los cambios en la propuesta referida a tenencia y portación de armas. Puede que acotar o moderar el discurso sea un juego táctico de campaña, o un acomodamiento frente a las chances electorales. Pero también las reacciones personales son un dato político en ese camino.

Fuente: Infobae

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