La visita del Presidente de Argentina, Alberto Fernández, el pasado lunes a Brasilia dejó un sabor amargo en la boca de los brasileños que ahora, como nunca antes, temen parecerse a la Argentina de hoy, dominada por una inflación anual del 104,3% que sigue aumentando y crecientes preocupaciones económicas. Durante toda la semana, en la prensa y en los debates entre economistas, se ha hablado mucho de los riesgos de una posible ayuda a Argentina, pero sobre todo del temor que Brasil también experimente inestabilidad económica porque la tasa Selic confirmada el miércoles en el 13,75%, aceleró la escalada de tensión entre el Gobierno el Banco Central.
Es cierto que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva por ahora no ha firmado ningún préstamo para el país vecino y sólo se ha limitado a hacer muchas promesas. De hecho, lo que pretende el presidente brasileño, al menos según sus declaraciones, es promover una modificación del reglamento del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) de los BRICS, el grupo formado por Brasil, China, Rusia, India y Sudáfrica. La idea es crear una especie de fondo de garantía “que ayude a los países”. El problema es que el NDB sólo financia proyectos de infraestructura y desarrollo sostenible en los países miembros, mientras que Argentina no pertenece al bloque. Por eso Lula mencionó a su ex delfina Dilma Rousseff, recientemente nombrada para dirigir el NDB, para permitir lo que por el momento parece muy difícil: convencer a China de que se cree este nuevo fondo. No es casualidad que en la misma rueda de prensa Lula, refiriéndose a su ministro de Economía, dijera “Haddad puede ir allí y explicar la situación de Argentina. No queremos que le presten dinero a Argentina, lo que queremos es que nos den garantías, porque eso facilitaría mucho la relación de Brasil con Argentina”. Dicho y hecho, Fernando Haddad asistirá a la reunión con sus otros colegas del BRICS en Shanghai el 29 de mayo.
Según el ministro, sin mecanismos de financiación de las exportaciones nacionales y las importaciones argentinas, Brasil ya ha perdido 6.000 millones de dólares en la balanza comercial con Argentina frente a China, que se ha convertido así en su mayor socio comercial. Un análisis del diario Folha de São Paulo advierte sin embargo que “la caída del peso es un riesgo para cualquier acuerdo con Argentina, donde las ventas ya son inferiores a las destinadas a Oriente Medio”, es decir, el 4,6% de todas las ventas externas brasileñas frente al 5,1 de Oriente Medio en 2022.
Pero si ese fondo se gestionará a través de los BRICS, ¿por qué tienen tanto miedo los brasileños? “Esperamos”, escribe el sitio de noticias O Antagonista, “que la mano amiga venga de nuestro Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), comandado por Aloizio Mercadante”. De hecho, el gran temor de la sociedad civil brasileña es que el país vuelva a revivir la pesadilla de la corrupción, destapada por la Operación Lava Jato en 2014, y que tuvo precisamente en el BNDES una de sus cajas de Pandora desvelada por una detallada delación premiada del ex ministro de Economia de Lula y de la Casa Civil de Dilma Rousseff Antonio Palocci, en 2019. En los 14 años que el Partido de los Trabajadores ha estado en el gobierno, el BNDES ha financiado préstamos por un total de unos 11.800 millones de dólares para que empresas brasileñas construyeran infraestructuras en otros países, principalmente con aquellas constructoras que más tarde se vieron envueltas en el escándalo Lava Jato, como Odebrecht, OAS, Andrade Gutierrez y Queiroz Galvâo. Los países en los que operaron, beneficiándose a su vez de otros préstamos del BNDES con intereses subvencionados, inferiores por tanto a los de los bancos privados, son Argentina, Venezuela, Cuba, Costa Rica y, en África, Angola y Mozambique. Sin embargo, los datos oficiales del BNDES revelan que de los 11.800 millones de dólares prestados, el BNDES sólo ha recibido de vuelta 9.600 millones de dólares. En la caja faltan más de 2.100 millones, de los cuales 1.300 millones de dólares sólo de Venezuela.
En cuanto a Dilma Rousseff, los brasileños aún están pagando los efectos de la peor recesión de su historia causada por su gobierno que terminó con un impeachment en 2016. Esto explica la cautela con la que incluso economistas comentaron la visita de Fernández. “Argentina está en un proceso inflacionario sin control”, explicó Alessandro Azzoni, economista de la Asociación Comercial de San Pablo (ACSP) a la revista IstoÉ Dinheiro, “al interactuar con este escenario aumenta la exposición al riesgo. Se trata de un préstamo financiero para cubrir las cuentas externas de Argentina, que no puede hacer caja suficiente para honrar sus compromisos”. Más irónico es el periodista brasileño Mario Sabino, que escribió en Metrópoles: “Los peronistas piensan (y Lula también) que con las góndolas de los supermercados y las tiendas repletas de productos brasileños pueden amañar la realidad y ganar las elecciones que se aproximan”.
A acentuar el temor de los brasileños de “acabar como los argentinos”, como repiten a menudo, es el hecho de que la visita de Fernández coincidió con una semana importante para la economía, en la que parece cada vez más claro que el gobierno de Lula quiere avanzar en la dirección opuesta a la que ha guiado al país en los últimos años. Por un lado, está el Banco Central, cuya autonomía en 2021 fue una de las conquistas más recientes de la historia democrática de Brasil, equiparándolo a la mayoría de los países del mundo, a diferencia de Argentina, que no reconoce esta independencia. Su presidente, Roberto Campos Neto, ha conseguido hasta ahora controlar la inflación, que se sitúa en el 4,65% en los últimos 12 meses, siendo entre los primeros del mundo en subir su tasa de interés Selic, que el miércoles fue confirmada al 13,75%.
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, abraza al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, tras una reunión en el Palacio de la Alvorada en Brasilia, Brasil, 2 de mayo de 2023. REUTERS/Ueslei Marcelino
Del otro lado están Lula y su Partido de los Trabajadores (PT), que desde el principio han atacado al “ciudadano” Campos Neto por la tasa Selic, que consideran una “bestialidad”. Durante la celebración del 1 de mayo en San Pablo, Lula culpó a la tasa de interés fijada por el Banco Central de la crisis económica de Brasil: “No podemos seguir viviendo en un país donde la Selic no controla la inflación, sino de hecho el desempleo en este país, porque es responsable de parte de la situación que estamos viviendo”, dijo. El jueves añadió que “Campos Neto cree que sabe más sobre las tasas de interés. Como si un solo hombre pudiera saber más que las cabezas de 220 millones de personas”.Haddad también criticó que en la reunión mensual del Comité de Política Monetaria (Copom) del pasado miércoles se mantuviera la Selic en el 13,75%. “Me preocupa mucho la decisión de mantener la tasa de interés más alta del mundo en una economía que hoy tiene una de las inflaciones más bajas”.
Campos Neto ya había reiterado en una audiencia en el Senado a finales de abril que el Banco Central define los tipos de interés “de forma técnica”. El texto que acompaña la decisión del miércoles pasado afirma que “el Copom evalúa que la situación económica exige paciencia y serenidad en la conducción de la política monetaria. El Comité subraya que, aunque se trata de un escenario menos probable, no dudará en reanudar un ciclo de subidas si el proceso de descenso de la inflación no se produce como se espera”. Además de todo esto, la nueva regla fiscal, el llamado “arcabouço”, aún no se ha votado y el texto tal como está ha sido criticado, porque según muchos analistas, parafraseando al periodista económico José Fucs, del Estado de São Paulo, “con esta reforma, el equilibrio fiscal no será más que una ilusión”. De hecho, el Gobierno ha previsto una ampliación de sus gastos con la Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC), votada por el Congreso en diciembre, que prevé una ampliación de los gastos en 169.100 millones de reales, unos 34.140 millones de dólares. Pero queda un misterio de dónde se sacará el dinero para evitar el déficit.
Además, el nombramiento de los dos nuevos directores de Política Monetaria y Fiscalización del Banco Central, nombramientos que se esperaban desde finales de febrero, cuando expiró el mandato de los anteriores, tampoco ocurrió esta semana, a pesar de las promesas de Haddad. En las últimas cuarenta y ocho horas, el tira y afloja, alimentado por el ministro, sobre la posibilidad de que el número dos del Ministerio de Economía, Gabriel Galípolo, sea uno de los dos nombres elegidos ha levantado aún más expectación. El objetivo futuro, según anticipa la prensa brasileña, es colocarlo al frente del Banco Central, cuando expire el mandato del actual presidente en 2024, o antes si Campos Neto dimite antes. Galípolo es un economista considerado “heterodoxo” y muy próximo a la Teoría Monetaria Moderna (TMM), que es favorable a la intervención del Estado, tanto en forma de gasto público como de injerencia en las relaciones económicas. La TMM aboga por políticas fiscales expansivas, financiadas mediante la creación de dinero por parte del estado porqué, para esa nueva teoria, ni deuda ni inflación son un problema. Sin embargo, hasta ahora, la TMM nunca ha tenido éxito en ningún país del mundo.
En los cálculos del Gobierno, según la prensa brasileña, Lula espera tener una mayoría a su favor en el Copom a finales de año. Con su indicación de dos directores ahora y dos a diciembre, tendría cuatro votos a su favor de un total de nueve. Como escribe el diario O Globo, “la mayoría podría ser alcanzada con la ‘conversión’ de algunos directores”. En ese momento Lula tendría los hombres para realizar su proyecto económico para el Brasil del futuro con la posibilidad de reducir artificialmente la Selic. Recep Tayyip Erdogan lo hizo en Turquía y no le fue muy bien.
Fuente: Infobae
Deja el primer comentario