Un 3 de Octubre de 1996 se inauguraba la Fuente del Angel

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Autor: Lic. Gastón Partarrieu – Director del Museo Regional Adolfo Alsina

Para comenzar esta historia que tiene variados aspectos que van desde el amor, el respeto, el dolor, el recuerdo hasta el sacrificio, y vaya a saberse cuantos más, debemos remontarnos a los primeros momentos de la fundación del pueblo y a una de las familias más numerosas y que han dejado una profunda huella en la historia local. Comenzaremos entonces por conocer los primeros días de esta familia y como se conecta en la actualidad con un paseo ubicado en el patio del Cuartel de Bomberos Voluntarios que entrecruza arte, historia y sacrificio.
La historia del Ángel Vigía se inicia en los tiempos inmediatamente posteriores a la campaña al desierto, allá en 1883, cuando un 15 de octubre arriba al país proveniente de Italia don Jacinto V. Robilotte, con tan solo 18 años. Luego de pasar por el Hotel de Inmigrantes emprende el camino a Guaminí, en donde ya residían familiares, incluso algunos también en Carhué. El tren lo condujo hasta la estación La Gamma (hoy Lamadrid) y de allí comenzó un periplo en carro, dificultado por intensas lluvias y por caminos inexistentes que le demandaron diez días. Cuando había ingresado al país Jacinto se anota (posiblemente ex profeso) con un apellido ligeramente diferente, pues en Italia originalmente era Robilotta, quizá esto lo haya hecho para diferenciar diferentes ramas sin parentesco sanguíneo directo. Ya en Guaminí junto a sus familiares que mantenían el apellido Robilotta, oriundos todos de Montemurro, se dedicó al cuidado de ovejas, conociendo los trabajos que se efectuaban en un campo en la llanura argentina.

SOBREVIVIENTE POR MILAGRO

Pero sus ansias de progreso lo hacen emprender un viaje a campos de Córdoba junto a su primo Mauricio Duva, comprador de unas tierras allí. Duva luego fundaría el pueblo de San Mauricio en el actual partido bonaerense de Rivadavia, allá por 1884.
El periplo por el desierto marcaría la vida de ambos. Desde Trenque Lauquen, ciudad que casi fue abandonada por carecer de población, los viajeros siguieron la huella que bordeaba la “Zanja de Alsina” como por 15 leguas hasta llegar a un rancho, perdido en la inmensidad de la pampa. Allí un inglés poseía una majada de ovejas y les dio cobijo por un día hasta que retomaron el viaje rumbo al Fuerte Lamadrid, hoy partido de Villegas. Como al medio día y desde la altura de un mangrullo de tierra de un abandonado fortín, divisaron los techos de zinc del fuerte mencionado, reflejados por el terrible sol de las doce.
Tras un día de descanso en el fuerte inician la parte más dura del viaje. Ya sin huella a la vista continúan el viaje con el auxilio de brújulas hechas por indios. El campo, cuenta don Jacinto en una publicación de 1924, estaba todo quemado con una espesa capa de ceniza, permitiendo eso ver cientos de peludos, piches, mulitas y las densas columnas de ceniza que levantaban las fantásticas bandadas de ñandúes. Los abandonados fortines que acompañaban su periplo eran como mojones que indicaban su camino. Pero el agua era inexistente y así luego de varias jornadas de cabalgata al llegar a un fortín, los caballos se desplomaron sin fuerzas ni para comer. Robilotte y Duva decidieron retroceder hasta el Fortín Adolfo Alsina, pues ellos estaban tan sedientos como sus cabalgaduras. Pero quince leguas (algo así como 75 Km.) los separaban del agua, y en varias oportunidades tuvieron que desmontar y arrastrar a sus caballos. Por fin, como a las dos de la mañana llegaron y tirados boca a bajo bebieron agua de un jagüel de agua estancada, verde y con osamentas de animales que habían llegado enfermos. Pero sirvió para recuperar fuerzas.
En franca retirada llegaron nuevamente a Lamadrid “más muertos que vivos” siendo recogidos por un estanciero que los cobijó durante ocho días. No habían sido los únicos, pues varios habían intentado tal aventura y nada se sabía de ellos. Nunca habían llegado. Luego de esto y considerando imposible atravesar el desierto con esos medios, don Jacinto decide volver a Guaminí y en mayo de 1884 se afinca en Carhué.
Aquí trabajó cuidando majadas y cortando leña en montes cercanos a La Pampa. Y para eso si que hacía falta coraje, pues los desmontadores no eran de lo más granado de la sociedad. “En aquellos tiempos, en los montes se internaba gente brava y matrera con la cual había que andar con mucho cuidado, siendo muy difícil vivir con ellos, por lo provocadores y pendencieros que eran” comentaba en 1924.
Luego de esta otra dura experiencia trabajó de alambrador, una de las tareas duras que por aquellos años requería a cientos de personas por la gran demanda de trabajo.
Ya con una base empezó a trabajar por su cuenta y mal no le fue. Para los años veinte era poseedor de la estancia “Santa Isabel” de 1000 ha. incluida la laguna “Los Paraguayos” de 230 ha. y “San Jacinto” de 596 ha. con 580 ha. de aguas del Lago Epecuén. En dicho establecimiento la empresa Alberto G. Noel y Cia estaba proyectando un gran balneario, con hotel, sanatorio, etc. Jacinto Robilotte había subdividido 50 manzanas para loteos, con el objetivo de conformar un balneario que, por la inestabilidad del lago nunca llegó a prosperar.

LA FAMILIA ROBILOTTE

Como se dijo con anterioridad existían ya otros familiares, o del mismo apellido, en Carhué y Guaminí, incluso dos hermanas de Jacinto se afincaron luego aquí, adaptando también su apellido como lo hiciera él.
Isabel Robilotta, se desconoce en realidad si no tenían algún lazo de parentesco, había llegado con sus padres a Carhué en 1882. Isabel y Jacinto se casan en 1890 teniendo este matrimonio otra particularidad además de la del apellido: Es el primero casamiento asentado en el flamante Registro Civil de Adolfo Alsina. La familia residió en un predio de más 50 x 50 en calle Yrigoyen y Dorrego en donde hoy queda el viejo edificio de su comercio de carnicería y Ramos Generales, frente a la Asoc. Mutual de Empleados.
Del matrimonio nacieron 23 hijos aunque solo 15 llegaron a la adultez. Incluso el séptimo hijo varón, Domingo Victorino, fue apadrinado por el presidente de la nación Victorino de la Plaza. Los otros catorce fueron: Vicente, Ana, Elisa, Carmen, Juana, Pedro, Roque, José, Hipólita, Antonio, Mauricio, Ángela, Domingo, Rosa y Oscar. El haber tenido esta cantidad de hijos tiene una connotación social muy importante en la comunidad, pues la sangre Robilotte corre hoy por cientos de personas y familias, mezclándose con descendientes de españoles, alemanes, franceses, polacos, judíos, vascos, etc.
Muchos sucesores de Jacinto se han destacado en diversas esferas sociales, deportivas, profesionales, educativas, aunque casi no existen antecedentes de participación política. Solo Don Jacinto, según familiares, al momento de fallecer estaba intentando una carrera política, y su hijo Vicente quién hizo un intento en el partido Demócrata Nacional (“conservadores”), el mismo que militó su padre.
Destacado fue su hijo Mauricio Robilotte, piloto de aeronaves y que tuvo el privilegio de ser el primero en conducir un helicóptero en el país, habiendo sido mandado a Estados Unidos para aprender su manejo. Cuando lo trajo lo aterrizó en Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada en donde lo esperaba el Presidente Perón. En Carhué puede decirse que tanto Mauricio como su hermano Oscar fueron parte de los fundadores del Aero Club, incluso los terrenos en donde se emplaza pertenecían a campos de la familia. En 1951 en un viaje sanitario a Ushuaia, encargado por Eva Perón para un importante enfermo, de regreso cuando Mauricio deja la conducción en manos de su copiloto, se estrellan falleciendo los 8 ocupantes del avión.
Cuando han pasado ya más de 120 años de la llegada de Jacinto V. Robilotte al país, una hija del matrimonio aún vive en Quilmes, contando en su haber 93 primaveras y seguramente muchas historias familiares.

DE UNA BÓVEDA A UNA FUENTE

Vicente Robilotte fallece el 20 de mayo de 1924 a los 62 años. Una fotografía familiar del imponente cortejo demuestra la estima y la importancia social de la familia. Inmediatamente su viuda e hijos deciden efectuar una gran bóveda en el cementerio local para recordar a su patriarca.
La bóveda con gran capacidad y un amplio subsuelo, estaba decorada con mármoles de Carrara y bronces Florentinos. La cúpula estaba coronada por la escultura de un Ángel Vigía enviado por familiares italianos de don Jacinto, siendo esculpido en un solo bloque de mármol de Carrara por un artista italiano, rondando su peso en alrededor de 800 kg. Para la obra de la bóveda son contratados los arquitectos Zarlenga y Arenga de Capital Federal.
Poco tiempo después, el 15 de octubre de 1925 y a los 50 años fallece Isabel R. de Robilotte que pocos conocen fue la donante de la puerta original de la iglesia, allá por 1909.
Cuando en 1986 la laguna comenzó a inundar el cementerio en la urgencia por evacuar sus deudos, nadie reparó en objetos como el ángel, o las artísticas placas de bronce, o mármoles tallados que abundaban en los cementerios antiguos, tal el caso del de Carhué, de principios del pasado siglo.
Así estuvo por un par de años hasta que las aguas hicieron sucumbir a la bóveda y el ángel se perdió entre las aguas y los escombros.
Luego de casi diez años, el 2 de julio de 1995 el Grupo BERA 7 en conjunto con los Bomberos Voluntarios locales lo rescataron de las frías aguas del lago. Tras varios debates casi públicos, la familia decide finalmente colocarlo en el predio de Bomberos, quienes se con sus propias manos efectuaron una fuente para colocarlo allí, inaugurándolo el 3 de octubre de 1996, día del 32º aniversario de la creación del cuerpo.
En el año 2003 los Robilotte tuvieron su fiesta familiar en donde se reunieron más de doscientos descendientes para festejar los 120 años de la llegada de don Jacinto al país. Allí se exhibió un árbol genealógico de 8 metros de largo por 3 de alto, rondando 1600 nombres desde alrededor del año 1800 a la actualidad.
 

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