La Argentina sufre de una enfermedad enquistada en su raigambre cultural que nos hunde en las más denigrantes situaciones, y parece que la mansedumbre de nuestra sociedad se ha establecido para no irse nunca más.
Es que los ciudadanos observamos casi con normalidad que la Justicia (?), allane propiedades de individuos que ostentan riquezas casi obscenas, rodeados de pandillas de testaferros y otras lacras que sirven de pantalla burda a un enriquecimiento alocado y soberbio que se encaramó en la larga impunidad que han tenido algunos sectores del marco dirigencial.
No es nueva la ilógica lista de propiedades de algunos sindicalistas. La pregunta es ¿porqué los afiliados a los gremios donde pulula la corrupción se quedan en un sepulcral silencio? ¿Es que les han robado la dignidad también?
Algo similar ocurre en las agrupaciones políticas… cuando aparecen los ladrones, el resto mira para otro lado como si nunca jamás hubieran imaginado que bajo una misma bandería se alojaban semejantes mafiosos.
Es que la respuesta es muy cruel y lastimosa. La realidad indica que los argentinos nos hemos acostumbrado a convivir con estos miserables ladrones, a pedirles favores, a citarlos como punto de referencia.
Nos sometemos a la indignante decadencia de creer que esos individuos poderosos pueden salvarnos de nuestras penurias… “…pedile a sultano o mengano que ellos tienen como llegar al diputado, al ministro o al secretario del sindicato..” Así funciona nuestro razonamiento. Así nos hicieron creer durante casi 70 años que el “influyente”, nos va a salvar.
Con esa mentira nos acunaron y nos sentimos casi cómodos, hasta que nos damos cuenta que a los únicos que ayudan estos ladrones, es a los que usan para seguir robando: sus cómplices.
Triste darse cuenta que hemos dejado que esta enfermedad se propague por las venas de nuestra sociedad.
Roban pero hacen… Asco debería darnos, descubrir que nosotros también hemos sido compinches por omisión de esta calaña deplorable.
DOMINGO SAN ROMAN
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